Había lilas moradas regadas por todo el campo. El polen de los girasoles se podía ver volando por el aire, chocando con su cara y contra los árboles. Y Ahí, sostenida sobre el suelo estaba ella, su cuerpo, sus lamentos y su sangre. Ya no podía hablar, sólo lo miraba con lágrimas en sus ojos.
No podía evitar sentir una enorme tristeza por el. Si hubiese podido, hubiese roto en llanto, pero ya su cuerpo estaba desconectándose. El llanto sólo estaba en su mente. Lo iba a dejar, veía su cara de desesperación. Sabía que lo iba a dejar sólo, que él más nunca podría ser feliz totalmente, que su vida iba a estar condenada.
Sus ojos azules brillaban hermosamente. Nunca la había visto tan bella. Ahí, entregada a la muerte, despojada de todas las actividades e inclinaciones del que piensa que vivirá por algún tiempo más, que se mantendrá. Sólo le quedaba su ser, y la tristeza que él no conocía.
No sollozaba, sólo le caían ríos de lágrimas. Miró a su alrededor, los árboles y al sol, eran sus enemigos. El sol brillaba sobre la cara de ella, le besaba los ojos, incluso cuando se le escapaba. Al sol no le importaba su muerte, no le importaba la resignación a la ausencia en él. El mundo no nos apoya, no cambia con nosotros. La luna no nos arropa en noches de melancolía, siempre es la misma, indiferente y soberbia.
La tenía en sus brazos, recostada sobre sus piernas, la cabeza apoyada sobre su mano. Le acarició suavemente el pelo y ella cerró los ojos. Esa caricia fue para ella la señal definitiva, el se quedaría sólo, y ella ya no sería para estar con él. En ese momento le desesperó la idea de separarse de sus brazos. Cierto que ella sabía que iba a morir, que no sería en este mundo, pero eso significaba que no sería con él. No importaba que no hubiese sujeto que sintiera la ausencia de él, la mera separación absoluta.
Lo miró con los ojos desesperados, sabía que había llegado el momento. El la tomó acercó su cara, y la besó por última vez. Cuando se besa o se abraza, no se apunta al cuerpo, sino a la interioridad. Sólo podemos hacerlo a través del cuerpo, es el único acceso a la interioridad del otro. Pero es sólo un medio para llegar al alma. Y, una vez muerta, besar su cuerpo no sería besarla a ella, no habría interioridad a la que le llegara su contacto.
Después de abrir su boca para intentar hablar, sus ojos se cerraron y se desvaneció. En ese momento un sollozo, uno sólo, le salió en contra de su voluntad, no pudo aguantarlo, presionó desde su interioridad al cuerpo, rebelde a cualquier pensamiento.
Ahí, recostado al lado de lo que en un momento fue el intermediario entre el y ella, un pájaro se acercó y se quedó a su lado. EL pájaro no sabía que pasaba, sólo estaba curioso. Lo miró, abrió sus alas, y se lanzó de nuevo al aire. El pájaro habrá de olvidar eso que para él sería una mancha, una cadena eterna. Se hubiese suicidado si le hubiese encontrado sentido. El mundo se había mostrado tan absurdo que ya ni dolor sentía, sólo vacío, y el olor de los girasoles y las lilas.
Ahí al lado de su cuerpo en descomposición se quedó hasta morir. Murió de sed, al paso de algunos días, pero no sintió siquiera la sed. Sólo se apagó de repente, y con él su mundo y el recuerdo de esa que lo había hecho perfecto.
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