Caminando sobre algún callejón de Paris, Franz recordaba lo que había sucedido hace unos momentos, deleitándose de lo sublime del acontecimiento. Llevaba un cigarrillo en la mano, aunque lo llevo a su boca muy pocas veces. Quizás solo lo había prendido para sentir el olor. O quizás su deleite le había hecho olvidar que tenía un cigarro en la mano.
Que rostros tan horribles, pensaba mientras caminaba entre prostitutas y mendigos. Vaya decadencia. Aunque el sabia muy bien que necesitaba de esa gente. Que aburrida seria la vida sin esas historias de tragedia, sin esos instantes en que sentimos la compasión apoderarse de nosotros.
Llevaba un traje negro, un sobretodo con cuello triangular que se cerraba más allá del pecho, dejando ver su camisa. Esta era de un morado muy oscuro, aunque llevaba el recuerdo de lo sucedido. Que bellas se ven estas manchas sobre la camisa-pensó- si no fuese por el olor, no la lavaría.
La conoció en alguna de esas fiestas burguesas, tan similares que no recordaba cual. Se llamaba Rosa. Su cuerpo descansaba del dolor en la habitación del hotel, con una zanja en su vientre.
Llegó a su casa. Su tamaño y estilo semejaba a algún castillo feudal, como si góticos la hubiesen construido hace cientos de anos. Era nueva, sin embargo. La había mandado a hacer él mismo, luego de la muerte de su último familiar.
Se acostó sobre su cama a pensar sobre lo sucedido.
Rosa habia sido una mujer muy sensual, de esas burguesas en las que tanta clase habia despertado un deseo carnal mucho mayor que el de cualquier mujer de la plebe. Gemía como pocas y de su boca salieron frases que a Franz siempre le sorprendieron, le excitaban incluso con asco. Sus gestos le habían brindado un placer extraordinario, también aquellos que aparecían en su cara mientras moría.
Pocas horas después de haberse conocido ya se estaban acostando juntos. Una mujer antes virgen, no pudo resistirse a sus encantos. Esa noche, recuerda Franz, Rosa le había pedido que fuese lo menos delicado posible, que la delicadeza le daba asco y quería sentir que era hecha pedazos. Franz recuerda sus reflexiones sobre los pensamientos de las vírgenes en esos momentos. Como tienen todo ya preparado, nunca se la han cogido pero saben exactamente como quieren que se la cojan, como si ya lo hubiesen pensado millones de veces en la soledad de su habitación o la ducha.
Después de esa noche se encontraron varias veces. Rosa estaba muy enamorada de él, era tan libre, tan ajeno a ella. A pesar de su sensualidad, era ella una mujer muy dulce, parecida a una muñeca o un bebe. En esos momentos en que se sentía satisfecha, caía sobre el pecho de Franz, con la sonrisa mas delicada y sutil del mundo en su cara. Esa era su expresión justo antes de que Franz…
Ese día habían acordado encontrarse en un hotel cercano a la casa del caballero. Extrañamente, Rosa estaba más deseosa que nunca. No paro de morder, por no decir otras cosas y herir su pudor. Franz ya se había obstinado de ella. Ciertamente, era una mujer encantadora. Pero no podía alejar el asco que sentía por ella, tan entregada, tan puta. En ese momento, justo antes de matarla, Franz pensó en las arañas. Vaya criaturas tan admirables, matan luego del placer, para no dañarlo con la asquerosa presencia o existencia del otro. Claro que en este caso era la hembra la asesina, que grandiosas, pensaba cínicamente Franz mientras veía la sonrisa de la cara de Rosa sobre su pecho, además que estos insectos que para él antes habían sido tan repulsivos, cuando prefería a las flores, de ninguna manera se quejaban de esto, la arana no sentía remordimiento al matar, devoraba al patético compañero con placer y voracidad, quedando completamente satisfecha. Se lo merecen, aún con la conciencia de su segura muerte se acercan incontrolablemente a su depredadora, al menos estos saben su destino.
Esta idiota, cree que su vida esta hecha. Seré suyo para siempre y la haré una mujer feliz.
La idea de este pensamiento le pareció tan patética que apresuro su acto y olvidó a las arañas. Se levantó, seguido por una pregunta de “qué haces” a la que respondió “matándote, querida”. Rosa se quedo inmóvil, como si se hubiese entregado a su destino. Franz sintió como que incluso para eso se entregaba a él, que asco. Con una ira que solo siente en aquellos momentos, sacó una pequeña espada de su chaqueta y la clavo en su vientre.
Se acostó a su lado, viéndola retorcerse del dolor a veces, y otras, mirando al techo, pensando. En su cama ahora se repite su compasión y se siente de nuevo tan niño y feliz como se sintió en aquel momento. Recuerda como, cuando ya el cuerpo decidió por fin resignarse y paró de anunciar dolor, cuando se había entregado a la muerte, esta le dijo “te amo Franz, gracias”. Esa compasión.
Franz se despertó al día siguiente. Iría a algún bar esa noche. Quizás conocería a alguna arrabalera con la cual deleitarse. La imagen de Dorian vino a su cabeza, y luego la de su retrato, al de él mismo, arrugado y repulsivo. Al día siguiente iría a comprar una viuda negra para tenerla como su cómplice.
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1 comentario:
u certainly are a great little man, and thats probably why u r so scary
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