Era un cuarto de hotel de mala muerte. Hacía varios días que Lins vivía ahí. Las paredes eran grises, con machas irregulares de color crema en lugares arbitrarios, quien sabe por qué. Probablemente las sábanas eran blancas, aunque ahora se veían casi sin color, era evidente que ese color les era ajeno, extraño a ellas, sucio.
Recostado arbitrariamente sobre la cama, recreaba de nuevo el momento en que Fernando Vidal Olmos entraba en el dominio de los ciegos, veía claramente ese murciélago. Sin perder la concentración, se movía de un lado a otro buscando la posición en que la luz iluminara bien las páginas. Desde los primeros capítulos, leerlo significaba pensar en Martín, y esta vez no era diferente. Una vez llegó a soñar con él. Estaba sentado en el banco del mismo parque en el que dibujaba líneas nerviosas ante Alejandra. Esta vez estaba sólo, viendo al piso. Lins se acercó a él, sabía que era Martín, y se sentó a su lado, haciendo lo mismo. Se vio a él y a Martín ahí sentados, solos, entendiéndose. Fue una mañana melancólica pero tranquila, no estaba sólo.
Tocaron a su puerta. Era ella. Se saludaron como de costumbre y ella se acostó a su lado, viendo al techo, con sus parpados tan abiertos, como siempre.
El siguió leyendo. Nunca le dijo, pero le gustaba leer a su lado. Quizás era porque se iba a otro mundo con algo atándolo al suyo. Era libre de su mundo, pero con algún vínculo, porque ser libre no significa no tener ataduras, significa poder escogerlas, después de todo, vivir es en sí una atadura, pero podemos escoger lo contrario, y el lo sabía muy bien.
Ella se apoyó sobre su estómago, y se aferró de su hombro.
Te molesta si pongo algo de música? Preguntó. Respondió con una sonrisa.
Puso ese disco de Silvio Rodríguez que tanto escuchaban.
Una mujer se ha perdido...
Esta vez se acostó dándole la espalda. Parecía triste, decepcionada. El soltó el libro en su mesa de noche, pasó su brazo sobre ella y se besaron. Quizás no tenía sentido hacerlo, da igual de todas formas. Si vamos a morir, que importa, vivir por no dejar. Pero sabía que luego habrían muchos motivos para hacerlo. Tanto dolor. La nada nos molesta, siempre lo hace. No podemos ser indiferentes ante ella, no importa cuanto intentemos.
...Una mujer con sombrero...
Sacó dos frascos, le dio uno a Lins y lo miró. Ella tenía los ojos aguados. El sólo la miraba con ternura. Ella se lo tomó primero, como desesperada. El la siguió.
Se agarraron de la mano viendo el techo. Estaba hecho
...Pero entonces lloraba por mí, y ahora lloro por verla morir...
Crees que estemos juntos en Espiritu? Le preguntó después de varios minutos de cansancio.
El conserje encontró sus cuerpos una semana después, ya descompuestos. Ella tenía su mano sobre la de él.
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