miércoles, 12 de diciembre de 2007

Ideas sueltas sobre el lenguaje

Esto es un trabajito que tuve que hacer para una clase. Algo caotico y equivocado en algunas partes, pero creo que con algo de fertilidad

Una crítica que surge inmediata y casi inevitablemente se dirige a que Nietzsche hace exactamente lo que critica. Critica el lenguaje y el concepto de verdad, pero, ¿no está pretendiendo que aquello que dice sea considerado como verdad? Dice que el lenguaje y las abstracciones son absurdas, intentos mediocres que hacemos de controlar la realidad, manifestación patética de nuestra voluntad de poder. ¿Pero cómo nos dice esto si no con lenguaje?
Efectivamente está tratando de decirnos algo. De alguna manera entendemos lo que el nos dice. Está usando el lenguaje, y pretende decir que aquello de lo que habla es verdad. Procura decirnos que nuestras pretensiones teóricas son absurdas, usando teoría, sin reconocerlo. Y de alguna manera sus pensamientos están relacionados con su expresión lingüística. Critica nuestra metafísica más fundamental y primitiva, pero lo hace dentro de ella, esto es tan absurdo como intentar demostrar lógicamente que la lógica no tiene sentido (cualquier sistema posible, no alguna en particular)
Critica la ciencia pero, al hablar de un universo centelleante y un sistema solar, ¿de qué se sirve sino de la ciencia? Pretende eliminar la metafísica pero habla de tiempos pasados, que de ninguna manera se nos presentan sino sólo como memorias, que no son el pasado. A lo que quiero llegar es que su planteamiento presenta una contradicción que lo niega sin tener que adentrarse mucho en su contenido.
Dejando esto a un lado, pasemos a su crítica de la verdad y su relación con el lenguaje. Dice que verdad no es más que un antropomorfismo. ¿Pero que más podría ser? Verdad es un adjetivo para nuestras proposiciones, no para las cosas. Sólo los juicios son verdaderos o falsos. Las cosas son o no son. Como podría ser la verdad otra cosa que antropomórfica si los juicios son creaciones nuestras. Sólo hay verdad porque hay lenguaje, fuera del lenguaje este concepto no tiene sentido, incluso el de verdad lógica. Las verdades lógicas de los silogismos se sostienen por definiciones universales y las relaciones entre ellas. Si todos los hombres son mortales y Sócrates es hombre, Sócrates es mortal. Este silogismo sólo es verdad porque está construido para que tenga que serlo. Si la conclusión de que Sócrates es mortal fuese falsa, entonces Sócrates no es hombre, porque el concepto de hombre está construido de tal manera que la mortalidad es una de sus características. ¿Qué sostiene la validez de este silogismo si no es la agrupación de ciertas características en un concepto universal de hombre, en este caso la mortalidad como condición necesaria de humanidad?
Un juicio empírico es verdadero si la relación de conceptos que plantea mimifica (como una imagen ideal) lo que sucede en la realidad, lo que es percibido. Digamos que tengo frente a mí una mesa roja. Tengo ciertas impresiones, están ahí, incluso forman parte de mí, porque de alguna manera lo que percibo forma parte de lo que soy. ¿Qué hago cuando digo “hay una mesa roja”? En realidad sólo estoy nombrando lo que percibo. Si no hubiese un lenguaje convencional, cualquier proposición que se haga sobre esa percepción es verdadera siempre y cuando se identifiquen las palabras con la percepción. Si pienso que “svengen” es mesa y “verde” es rojo, y digo “hay una svengen verde”, este juicio es verdadero. Sólo estoy nombrando la percepción, pero no porque ponemos la realidad en palabras, las realidades no son sonidos ni letras, y nunca podremos hacer de la realidad sonidos y letras, sino sólo porque la nombro. En este caso en el que se usa un lenguaje individual, los juicios sobre la realidad son completamente triviales, o así parece a primera vista.
Cuando se usa un lenguaje convencional, sin embargo, se hace algo más, aunque no mucho. Que se enuncie algo verdadero o falso sobre la realidad depende de que se conozca el significado de las palabras, que se conozca la convención. Saber que ese color se llama rojo, y que eso que se usa para escribir se llama mesa, es suficiente para construir un juicio verdadero singular para la percepción presente de la mesa roja. Entonces, tratándose de juicios singulares sobre percepciones presentes, es obvio y hasta trivial decir que hablar de verdad es un antropomorfismo. “La piedra es dura” obviamente no puede expresar lo que se siente al agarrar la piedra, como dije, dureza no es ni un sonido ni una letra, y es por eso que dureza nunca podrá ser expresada por palabras en el sentido que Nietzsche pretende aludir. Pero si se pretende nombrar ciertas sensaciones de acuerdo con una convención. Así, el que entienda el significado de la palabra “dura”, podrá predecir de alguna manera la sensación que tendrá al agarrar la piedra. Claro está que al agarrar una piedra no se siente lo mismo que al agarrar un pedazo de madera, a pesar de que ambos son duros. Pero esto no es lo que pretende el lenguaje científico, sólo pretende decir algo que permita una predicción humilde.
Nietzsche dice que el hecho de que existan diferentes lenguajes y maneras de organizar la realidad es una prueba de que no se llega jamás a la verdad. Tomemos el ejemplo de los Inuits canadienses, ellos distinguen varios colores en eso que nosotros llamamos blanco. Pero esto es sólo un reflejo de las necesidades de separación y categorización de la realidad. Al estar rodeados de nieve, las diferencias entre los blancos se hacen más importantes, y por eso se nombran. Se hace práctico distinguir entre los blancos. Esto de ninguna manera niega que tanto la pared como la nieve sean blancas, lo único que significa (antropomórficamente) es que hay una división menos abstraída de los blancos en nosotros, de nuevo, sólo significa que la convención lingüística es distinta. Tanto la pared como la nieve son del mismo color para nosotros porque nuestro concepto de blanco abarca un campo mayor que el de ellos. No tiene nada que ver con la pared o con la nieve, ambos están ahí maravillosamente, sólo tiene que ver con la convención lingüística y lo que nombra cada término que, obviamente, sólo concierne al hombre y tiene que ver con él.
Con esto pasamos a un punto importante. El hecho de que para los Inuits el color de la pared y el de la nieve sean diferentes seguramente hace que ellos puedan apreciarlas de manera distinta. Su apreciación estética será distinta porque ven diferencias en lo que nosotros vemos igualdades. Pero esto es sólo una ilusión que produce la ignorancia de que todo concepto, por ser universal, es una abstracción con fines prácticos. Los blancos son diferentes, al igual que las hojas son diferentes, pero no podemos usar una palabra para cada hoja o cada blanco, son muchos o infinitos, y no podríamos comunicarnos. El carácter universal de los conceptos persigue un fin pragmático de comunicación, pero ello no debe hacernos creer que lo diferente es igual sólo porque se nombre con la misma palabra.
Dos enamorados podrán, por ejemplo, nombrar muchas sensaciones si existe cierta regla. Por ejemplo, si al besarse de cierta manera en ambos se produce cierta sensación, podrán darle un nombre, y aunque no sepan que se sienta igual, al usar la palabra el otro sabrá que se refiere a esa sensación específica, y podrán así concretar más su comunicación de sensaciones. Pero de nuevo, la sensación no es un sonido, y el otro nunca podrá sentir lo que siente el que dice la palabra, sin embargo, pueden identificarla con una sensación suya, si existe la regularidad de que cuando uno siente algo, el otro también. Es esto en realidad lo que hacemos con los nombres empíricos. Nadie sabe si el rojo que percibe uno es el que percibe el otro. Sin embargo, existe la regla (excepto en los daltónicos), de que cuando hay algo rojo en frente, ambos pueden identificar ese color con aquél al que han llamado rojo, así el color sea para uno, como dice Nietzsche, lo que es un sonido para otro. En el caso de los daltónicos simplemente lo que pasa es que para ellos no se cumple la regla. Pero esto no es un problema a menos que se tenga una concepción demasiado realista de los colores, cosa que la física y la biología moderna ya han dejado atrás hace mucho tiempo. Para aquellos casos en los que se cumple la regla de que muchos identifican un color con rojo pero el daltónico lo identifica con el color verde (a pesar de que tiene una idea de lo que es rojo porque la regla se cumple en algunos casos), la mesa no es roja para el daltónico, y punto. Si no se pretende decir que el color es una propiedad de las cosas como tal, esto no presenta problema alguno, porque verdad es identificación de los nombres universales con una percepción de acuerdo a una regla.
Pero si no podemos transformar la realidad en sonidos o letras, ¿qué nos queda para poder expresar algo desconocido para el otro, cómo expresar haciendo algo más que nombrar? La respuesta la conoce muy bien el poeta, usamos las metáforas. Con las metáforas podemos comparar una cosa con otra. Así, el que las lee o las escucha, puede entender una sensación identificándola con otra suya. Las metáforas o los símiles son lo más cercano que tenemos a una descripción de la realidad que consista en algo más que sólo nombrarla usando conceptos universales. Si digo “rojo como el fuego” o “una brisa tibia de otoño” (para referirme a una mirada), no solo nombro el color o lo que siento con la mirada, que después de todo no describe, no puede generar identificación o significado, sino que, al comparar una sensación con otra, puedo acercarme a una expresión verdadera de la cosa, el que la escucha puede tener una sugerencia de lo que quiero decir comparándola con aquellas otras sensaciones. Las cosas sólo se pueden comparar con cosas, y sólo las realidades pueden mostrarnos las realidades. Con las metáforas, comparamos una realidad con otra, de modo que la segunda nos muestra, así sea de un modo sutil, cómo es la primera. Claro está que el que escucha la metáfora podrá percibir el fuego de manera distinta a mí, pero que ciertas metáforas produzcan efectos tan conmovedores en nosotros parece mostrar que al menos sirven para que podamos identificar o acercarnos a un entendimiento fundamental de las cosas.
Creo que la crítica que hace Nietzsche al lenguaje y al concepto de verdad proviene de una idea de ellos que les exige mucho. Viendo que, ante tan grandes exigencias, el lenguaje se queda corto, lo rechaza como absurdo. Pero hay que tomar el lenguaje como un instrumento del hombre, y como tal, algo imperfecto, pero con el que se consiguen ciertos fines prácticos, así sean muy humildes

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